En la
película del director Woody Allen, Midnight
in Paris, un frustrado
escritor del siglo XXI está caminando de noche por París. Una especie de coche
antiguo aparece ante él y le invita a subir. Lo que no sabe
el protagonista, Gil, es que desde el momento que acepta entrar comienza a
viajar en los años 20 de París, y así conoce a varios artistas e
intelectuales de la época como Fitzgerald, Hemingway, Picasso, Dalí y Buñuel, a
quienes no duda en mostrarles la novela que está escribiendo. Se enamora de una
francesa que desea retroceder a una época anterior, dándose cuenta de que la vida es siempre
insatisfactoria y que cualquier período de tiempo parece menos triste que el
nuestro si se compara con la imaginación.
Para
muchos, al igual que lo sería para Gil, el tiempo actual es vacuo, sin sentido, porque como tanto se dice, "cualquier tiempo pasado fue mejor". En la nostalgia de un lugar y tiempo desconocido podríamos
encontrar la cobardía que tiene al principio Gil, al encontrarse
seguro y anhelar un pasado que le recuperará del presente. Esto nos lleva a la idea de un
anacronismo psicológico. Precisamente la teoría posmoderna investiga esta constante
condición anacrónica del individuo en la que vive la cultura occidental, que
mira lo anacrónico como una forma de vida.
Esta
esperanza de un mundo ideal y perfecto nos conduce a la utopía, un Estado
imaginario que hace posible una existencia feliz. Al comparar el Estado ideal
con el real, salen a la luz las limitaciones y defectos de la sociedad y nos
hacen caer en una idealización en la que son posibles los cambios y
transformaciones positivas. Realmente, las utopías se basan en elementos
del presente dentro de una sociedad imaginaria y perfecta, lo cual puede
resultar a veces algo positivo, ya que nos presenta el desafío de investigar y
explicar por qué no tenemos esas virtudes que imaginamos.
Si lo
miramos desde el punto de vista de la filosofía, el ser humano es utópico por
naturaleza, y se ha señalado que las utopías tienen un carácter represivo, pero
también otorgan un sistema dinámico y reflexivo a la modernidad con el fin de
mejorar. Por eso no sería posible entender la modernidad sin su carácter utópico. Uno de los hechos más
destacados en la historia moderna fue el "descubrimiento" de América con la llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo. Colón dirigió una mirada casi utópica hacia la nueva
geografía, ya que esperaba encontrar allí un mundo no sólo nuevo, sino
mejor: su viaje estuvo impulsado en parte por el Paraíso Perdido. Por un lado,
es una tierra fértil y abundante. Por otro, sus habitantes son los buenos
salvajes, puros, bondadosos e ingenuos. Durante mucho tiempo esta es la imagen
de América que permanecerá en Europa, obviando los aspectos negativos o
diferentes, inspirando las utopías que ven allí un lugar nuevo y bueno, donde
se puede empezar una sociedad mejor. El Viejo Mundo se muestra como algo
invariable por el peso del pasado y la falta de autenticidad de su gente.
Se
trató de crear en el Nuevo Mundo utopías prácticas inspiradas en la de Tomás
Moro, que propuso un mundo que se acercaba a
esa mentalidad. En su obra “Utopía” un explorador llamado Hythloday descubre durante uno
de sus viajes una isla, precisamente llamada Utopía. En ella todos son iguales
y no se acumula riqueza para que los ciudadanos utópicos no sean envidiosos ni
codiciosos. El oficio es legado por la propia familia, y en caso de querer
practicar otra profesión, se adoptaría a otra familia; no hay propiedad privada
ni propiedad de tierras, todos trabajan seis horas y no hay clases sociales que
exploten y vivan del trabajo; la religión tampoco sirve para obtener
privilegios, ni el Estado tampoco. La única diferencia se marcará en las
vestiduras y en algún objeto simbólico que represente su puesto. No existe una
clase dirigente porque las instituciones de gobierno cambian constantemente
entre miembros de todas las familias y no se necesita moneda, ya que cada
familia tomará del mercado lo que necesite y vestirán igual. Los delitos, en
caso de producirse, se pagarán con la fuerza del trabajo o la esclavitud al
servicio de la comunidad, según la gravedad de la falta. Todos recibirán la
misma educación humanista y una cultura llena de actividades lúdicas en la que
podrán adquirir experiencias y conocimientos de diversos campos. Moro se basa en el empleo de la educación como
herramienta para crear buenos ciudadanos en un Estado perfecto. Su visión de
esta sociedad pasa por una educación continua sin la existencia de juegos,
vicios y actividades insanas. Aunque su obra, por muy utópica que sea, está
solapada a la realidad.
Durante el siglo XX la visión utópica de sociedades perfectas se ve
modificada, porque muchos pensadores creen que inventar sociedades utópicas es
más perjudicial que beneficioso. Las utopías poseen un carácter ingenuo y
fantasioso, ya que se distancian de la verdadera realidad y se limitan a
describir un mundo nuevo; están condicionadas por las circunstancias
históricas, ya que se dedican a desarrollar rasgos que ya existen en la
sociedad, y provocan en ella una concepción estática, ya que una vez conseguido
el cambio justo y feliz, no tendría sentido que siguiera transformándose. Esto
derivaría en un totalitarismo, ya que el convencimiento del carácter ideal y
perfecto de un sistema lleva a la intolerancia con respecto cualquier otra
propuesta. Cualquier alternativa de un mundo feliz podría convertirse en la más
totalitaria, ya que la supervivencia de la utopía se vería amenazada.
No
obstante el siglo XX se caracterizó en parte por ese totalitarismo, que llegó
con la aparición de Hitler. En la obra “Melancolía
y Utopía” de Wolf Lepenies,
podemos encontrar un análisis de cómo un pueblo tan culto como el alemán pudo
caer bajo el mandato de Hitler, relacionándolo desde el punto de vista utópico. Hitler supo transmitir los sueños de grandeza de una
sociedad alemana que, como dice Lepenies, pudo haber aspirado a ser un Estado
sin política pero jamás sin cultura. La utopía, por irrealizable, genera
melancolía en quien la habita. La diferencia esencial entre el nostálgico y el
melancólico es que este echa de menos lo que no ha sido, y el tiempo pasado o
desaparecido puede adquirir rasgos utópicos si se cae en la memoria.
Lepenies
explica cómo una vez instaurada la utopía en una forma real y decepcionante, se
llega al totalitarismo de Hitler y sus hombres de confianza: Goebbles y Speer.
Los tres formaban tres artistas frustrados en una nación donde la cultura era
uno de los pilares básicos de Alemania: Hitler era pintor, Goebbels novelista y
Albert Speer arquitecto. La búsqueda de la utopía genera melancolía, pero
también resentimiento. Por otro lado los seguidores de Hitler no tardaron en
comprobar el resultado, producto de un no tan buen pintor para quien creación y
destrucción eran consecuencia una de la otra. La utopía, sin embargo se
regenera una y otra vez, por lo que a nadie extraña que todavía haya quienes
echan de menos al artista de la destrucción que fue Hitler: no es casual que,
desgraciadamente, la desnazificacion absoluta de Alemania haya fracasado hasta
la fecha.
Muchos
nostálgicos echan en falta un pasado que nunca fue, mientras que los
melancólicos un futuro que nunca será. Si algo tienen en común el escritor Gil,
Cristóbal Colón con la búsqueda del Paraíso en el Nuevo Mundo, Hitler y el
explorador Hythloday en la idílica y pacífica isla Utopía, es que todos ellos
buscaban esa salida utópica sumida en una gran nostalgia y melancolía.
No creo que lo más peligroso de la utopía sea su carácter
imaginativo, sino el concepto de norma colectiva que muestra por ejemplo Tomás
Moro al dotar a su sociedad monotonía y falta de pasión, o la dictadura
totalitaria que implantó Hitler en donde la sumisión era una exigencia, y en
donde la felicidad y libertad individual no tenía cabida. En contrapunto, Gil,
con su utópico viaje a los años 20 de París, aprende que la vida es siempre
insatisfactoria y su cambio real comienza cuando rechaza el cambio ficticio. Me
parece que el personaje es el ejemplo perfecto de que se puede pensar en la
utopía sin vivir eternamente en ella. Debemos enfrentar nuestros miedos y
recuerdos más dolorosos, respetando también lo que deseamos sin decirnos “yo no
soy así”. En nuestra mente reside nuestra identidad, un Yo artificial formado
por la familia, la sociedad y la cultura. Pero no conocemos nuestro Yo
verdadero. Y nuestra utopía es nuestro mundo, al igual que las verdades o las
mentiras. Cuando una persona cree en su utopía ya forma parte de su mundo,
entonces es tan respetable como la tuya propia. Debemos dejarlas manifestarse
en nuestra conciencia y luego podremos decidir si nos conviene o no creerlas
porque, como enseña nuestro personaje Gil, todo deseo de cambio reside en uno
mismo.
Muy buena lectura. Buscaba un poco más sobre el concepto de anacronismo psicológico, y la comparación con la excelente película de "Midnight in Paris, fue perfecta. Muchas gracias.
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