Ácido noviembre.

Reconozco que no era una historia de esas que salen en las películas, con un final feliz o, simplemente con un final. Había problemas, discusiones y dudas que se resolvían, o no. Nunca se hablaba en futuro, pero tenían pequeñas ilusiones como despertarse algún día abrazados y, por qué no, aprender a cocinar. Son pequeños momentos que les hubiese gustado llevar a cabo, pero las circunstancias les hicieron continuar juntos un camino por separado.

En ese camino, conocí a personas de apariencia tan fantástica como vacía resultaba ser luego. Reconozco que huí de la velocidad en el compromiso, de la obsesión y de la indiferencia que sentía cada noche antes de quedarme dormida. Y en ese momento era cuando mejor sabía lo que quería. Partía de todo lo vivido estos meses atrás, pensaba en los muchos comienzos a medias, en las comparaciones inevitables, y en las muchas cosas que a día de hoy no debería contar, ni siquiera escribir. Sabía lo que quería, y desde luego no era un amor de telenovela lleno de baches, infidelidades y mentiras piadosas (y no tan piadosas). La seguridad que todos buscamos aunque lo neguemos, la tranquilidad que sólo me puede dar una mano más grande, eso era lo más simple y difícil de conseguir.
Todos nos hemos cansado alguna vez de caernos solos.



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