Estoy harta de la familia numerosa que parece vivir en el bar de la esquina de mi casa, esa que compra a sus niños y bebés todo tipo de objetos sonoros, y que grita y abuchea en cada partido de fútbol aunque no juegue ningún equipo importante. Es ridículo cómo la gente se emborracha psicológicamente en cuestión de minutos, y me parece un pecado que el chocolate se mezcle con menta o naranja. No me gusta que todo tenga que hablarse por redes sociales, y que en el momento en que te lleves desconectada unos días, al volver a hacerlo veas todo lo que te has perdido. Odio fallar, y más aún reconocerlo, pero al fin y al cabo es la única manera de aprender. Detesto sentirme como un vampiro cuando me da el sol después de haber dormido trece horas, y tener que asomarme varias veces a la ventana antes de salir, porque ahora va a llegar la época en la que es difícil saber si pasarás frío o calor. No me gustan las despedidas que tanto se presentan al final del verano, ni la certeza de haber perdido a personas demasiado importantes por motivos ajenos. Ni siquiera me gusta esto que estoy escribiendo, porque demuestra que ahora estoy de muy mal humor y cualquiera que lo lea sin conocerme pensará que soy una arisca maniática.
En este tipo de días sentí la necesidad de refugiarme en alguien o en algo, y como una mujer me prestó por casualidad un libro de Javier Marías titulado Los enamoramientos, opté por el algo. Reconozco que al principio temía que pudiera resultarme empalagoso, pero la variedad de temas que se tratan en la historia no dan oportunidad para ello: el estado mental y físico del enamoramiento, los actos nobles y los que derivan a envidia, conveniencia, culpa, trampas y miserias que solo el ser humano es capaz de pensar (sin olvidar uno de los temas principales del libro, la impunidad); la larga y complicada búsqueda de la verdad, las razones por las que actuamos de una u otra manera, la traición en la amistad, el juego tan importante del azar en nuestras vidas, y el análisis de varias escenas cotidianas y debates morales, como la inconveniencia de que un muerto pueda volver al mundo.
Marías emplea en su narrativa el yo femenino, lo que hizo que me sintiera más identificada con los pensamientos de la protagonista en muchos de sus furtivos encuentros con el hombre que realmente ama (un hombre tan inteligente y misterioso como mujeriego e interesado). El hecho de que la historia aumente el grado de intensidad a medida que avanzas capítulos, como cuando ella empieza a descubrir indebidamente el secreto de él, lo convierte en un libro ameno de leer. Pero también pienso que la rapidez con la que lo he leído ha sido cuestión de suerte, ya que es una novela llena de reflexiones quizás muy enrevesadas y extensas, con un alto contenido en todo tipo de detalles, y se necesita bastante atención para no perderse. Cada libro tiene su momento, así que si ahora no puedes dedicarle tiempo yo no lo recomendaría.
Por otro lado, es cierto que cuando tienes demasiadas cosas en las que pensar empezar a leer un libro pueda resultar a veces cargoso, más que nada porque es casi imposible concentrarse. Pero en el momento que empecé los primeros capítulos, reconozco que conseguí el objetivo propuesto, que era olvidarme de todo y de todos, aunque solo fuese por unas horas. Un poeta llamado Cesare Pavese afirmó que “la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida”. La literatura nos ayuda a asomarnos al mundo y a descubrir el vértigo interior de uno mismo, pero sobre todo nos hace vivir otras vidas, ya que nunca viene mal ponernos en el lugar de otras personas.
Estoy oyendo y leyendo muy buenos comentarios de la última obra de Marías y la verdad, no sé si atreverme de nuevo. Le abandoné en 'Corazón tan frío', y tanto, frío, y pausado... Pero siempre es bueno cambiar de opinión o, al menos, intentarlo. Saludos!!!!
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